“En la sabana oscura las fogatas brillan. Alrededor de la luz del hogar, única protección contra el frío que desciende, detrás de la débil mampara de palmas y de ramas apresuradamente plantada en el suelo para evitar el viento o la lluvia, cerca de los cuévanos llenos de los pobres objetos que constituyen toda una riqueza terrestre, acostados en la tierra que se extiende alrededor asediada por otras bandas igualmente hostiles y asustadizas, los esposos, estrechamente abrazados, se perciben uno al otro como su apoyo, su consuelo, su único recurso contra las dificultades cotidianas y la melancolía soñadora que de tanto en tanto invade el alma nambiquara. El visitante que acampa por primera vez en el matorral con los indios es presa de angustia y de piedad frente a esa humanidad tan íntegramente desprovista; cataclismo; desnuda, temblorosa, junto a las fogatas vacilantes. Circula a ciegas entre la maleza, evitando chocar contra una mano, un brazo, un torso, cuyos cálidos reflejos se adivinan al resplandor de los fuegos. Pero esta miseria está animada de cuchicheos y de risas. Las parejas se estrechan como una nostalgia de una unidad perdida; las caricias no se interrumpen al paso del extranjero. En todos se adivina una inmensa gentileza, una profunda apatía, una ingenua y encantadora satisfacción animal y, uniendo esos sentimientos diversos, algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana”.
(Tristes Trópicos, Claude Lévi-Strauss)
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