El viento sopla fuerte y frío sobre la vastedad de la estepa. Se
levantan remolinos de ocres y rojos que atraviesan los espinos.
Arriba, las nubes recortan las figuras del desierto.
Abajo, corrientes subterráneas de minerales precámbricos demarcan el
camino del dinero. El paisaje se transforma en yacimiento, en casino,
en chimeneas fulgurantes que contrastan su furia con el silencio que
las circunda.
En el medio, los que van y vienen (los que vamos y venimos), y los que
quedaron –como olvidados- en tiempos de invernadas y veranadas, de
chivas, de pumas, de puestos en soledad.
Y, de vez en cuando, un mate, y un encuentro.
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